Desea, desea by Sabrina Blanco Lavado

Desea, desea by Sabrina Blanco Lavado

autor:Sabrina Blanco Lavado
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2018-12-23T23:00:00+00:00


Capítulo 4

Primer deseo

Para empezar esa misma noche ordenó a Habiba que buscase a alguien que se ocupase de su cocina, dos buenas mujeres necesitadas de trabajo.

Las dos mendigas de la esquina, con las que Aladino había compartido pan tantas veces vinieron, y se encargaron de cocinar todos los ricos manjares que había en la despensa, en las bandejas, y de acomodar en cada plato tanta comida como los casi veinte niños de las calles que conocían a Aladino pudieron comer.

Todos se hartaron, y Aladino bajó entonces tras comer con ellos a su taller.

Allí estaba la fuente de su poder, todo lo que su deseo era.

Entró y se asomó por las preciosas ventanas en forma de pico que estaban ornamentadas casi… ¿con piedras preciosas?

Eran piedras de mil colores.

Aladino las tocó una tras otra, intentando sin éxito arrancar una.

Si la magia las había puesto ahí él no podría arrancarlas.

Se puso a trabajar en su taller, brillantemente adecuado para él.

Hizo tres mesas y una silla en una sola noche. Simplemente sus manos expertas se deslizaron solas por entre la madera, la midió, la cortó la lustró.

Hizo los acabados que ni su padre había sabido hacer.

Una luz amarilla le cubrió y el deseo primero se cumplió. Además muchos aprendices vinieron a su taller.

Eran chicos que conocían su nombre aunque Aladino no les conocía a ellos, pero empezó a hacerlos. Aladino les cogió confianza enseguida, sabía que no le fallarían.

No era bueno para los nombres, pero intentó recordar el nombre de todos y cada uno de ellos, y así comenzó su historia.

Aladino fue feliz con un deseo que era bueno, un deseo que se veía libre de muerte, de poder personal y de egoísmo. Era un deseo de superación personal, un deseo de compartir, de generosidad. Nélida se sintió orgullosa.

El primer buen deseo que pedía.

Cerca de allí, Bashira contemplaba la perla que Abdul le había entregado.

—No la devolveré, padre —dijo ella —esta perla me pertenece.

—No, hija —dijo su padre comiendo un trozo de melón que el catador le había entregado —sólo podrías si hubieses aceptado ser su novia.

—No estoy enamorada de ese hombre, padre. Perdóname majestad —dijo la princesa haciendo una reverencia ante su padre —pero no es tu cometido aceptar o no esta piedra, fue un regalo que el príncipe me hizo para mí.

Omar la miró horrorizado.

Sabía que su hija había llegado demasiado lejos. Y él había contribuido a ello.

A veces cuando estaba a solas y pensaba en lo que la gente decía de la princesa Bashira se avergonzaba. No debería de haber dejado que creyeran que era una especie de diosa, la verdad era mucho más decepcionante que las apariencias ante sus propios ojos sabiéndola y amando a su hija de tal manera.

La vio quitarse su velo.

Luego tomó una copa de vino mirando la perla.

Estaba hipnotizada por ella.

—¿Por qué no aceptas a Abdul, hija?

Su hija se encogió de hombros.

Frunció la nariz. Realmente no había en ella nada de su madre.

Había menos de lo que el califa había supuesto. Su madre había sido descuidada, era verdad.



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